Mujer Se Sana al Tocar a Jesús
La historia de la mujer con flujo de sangre es uno de los milagros más conmovedores y significativos narrados en los Evangelios (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34 y Lucas 8:43-48). Este relato se entrelaza con el de la resurrección de la hija de Jairo, demostrando la compasión y el poder sanador de Jesús.
La Condición de la Mujer
La mujer había padecido un flujo de sangre por doce años. En la sociedad judía de la época, esta condición la hacía impura según la Ley mosaica (Levítico 15:25-27). Esto significaba que no solo sufría físicamente, sino que también vivía en un estado de aislamiento social y religioso. No podía participar en el templo, y todo lo que tocaba se consideraba impuro, lo que la relegaba a una vida de soledad y desesperación. Había gastado todos sus recursos en médicos, sin encontrar alivio; de hecho, su condición había empeorado.
Un Acto de Fe Audaz
Un día, la mujer escuchó hablar de Jesús y su poder para sanar. A pesar de su condición y la prohibición de estar entre la gente, su fe era tan grande que creyó que si tan solo tocaba el fleco de su manto, sería sanada. Decidió mezclarse entre la multitud que seguía a Jesús. Se acercó por detrás, con humildad y determinación, y extendió su mano para tocar el borde de la túnica de Jesús.
La Sanación Instantánea y el Poder de Jesús
En el mismo instante en que sus dedos rozaron el manto de Jesús, el flujo de sangre se detuvo. Sintió en su cuerpo que había sido curada de su aflicción de doce años. Lo que resulta aún más sorprendente es la reacción de Jesús. A pesar de la gran multitud que lo apretaba por todas partes, Él percibió que “poder había salido de Él”. Preguntó: “¿Quién me ha tocado?”.
Sus discípulos, desconcertados por la pregunta en medio de tanta gente, le respondieron que la multitud lo apretaba. Pero Jesús insistió, sabiendo que no era un toque casual, sino un acto intencional que había extraído poder sanador de Él.

La Confesión y la Afirmación de Jesús
La mujer, al darse cuenta de que no podía permanecer oculta y temiendo quizás las repercusiones de su “impureza” o de haber actuado sin permiso, se acercó temblando. Cayó a los pies de Jesús y, delante de toda la gente, le contó la razón por la cual le había tocado y cómo había sido sanada al instante.
La respuesta de Jesús no fue de reproche, sino de compasión y afirmación. Le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz.” Al llamarla “hija”, Jesús le devolvió su dignidad y la restauró a la comunidad, liberándola no solo de su enfermedad física, sino también de su ostracismo social. Su fe, humilde pero poderosa, fue la clave de su sanación.
Lecciones del Milagro
Este milagro enseña varias lecciones profundas:
La fe como motor de la sanación: La mujer no recibió una orden de Jesús para ser sanada; fue su propia fe la que la impulsó a buscar el contacto y a creer en el poder de Jesús.
La compasión de Jesús: A pesar de la multitud y la urgencia de ir a la casa de Jairo, Jesús se detuvo para reconocer y afirmar la fe de esta mujer, mostrando su amor y cuidado individual.
El poder transformador de Jesús: No solo curó una enfermedad física, sino que restauró la dignidad, la esperanza y la vida social de una persona que había estado marginada por mucho tiempo.
Disponibilidad de Jesús: Él es la fuente de sanidad, y su poder está disponible para aquellos que se acercan con fe, incluso de la manera más discreta.
La historia de la mujer con flujo de sangre es un testimonio perdurable del amor incondicional de Jesús y del poder ilimitado que la fe puede desatar.